Fresco del Toro - Arte cretense

viernes, septiembre 21, 2012

BUTLER: "EL GÉNERO EN DISPUTA" Y LA TEORÍA QUEER


             "Si es correcta, aunque sea en parte, la afirmación de Beauvoir respecto de que no se nace mujer sino que se llega a serlo, entonces una mujer es de suyo un térmico en proceso, un convertirse, un construirse del que no se puede decir definitivamente que tenga un origen o un final".

                  “El género en disputa”, es una obra escrita por JUDITH BUTLER, en 1989. Sus trabajos filosóficos, complejos y muy difíciles de divulgar sin desvirtuar, han contribuido a construir lo que hoy se conoce como teoría queer y tuvieron un papel fundacional en el desarrollo del movimiento queer. Con el afán de “criticar un supuesto heterosexual dominante en la teoría literaria feminista”, el objetivo del texto era “abrir el campo de la posibilidad para el género”, derribando todo intento de deslegitimar las prácticas minoritarias de sexualidad y género. La autora refiere que el texto se caracteriza por su promiscuidad intelectual, en la que juegan un papel importante los aportes teóricos de autores franceses como Lévi-Strauss, Foucault, Lacan, Kristeva y Witting, así como autoras de teoría feminista como Gayle Rubin y Esther Newton, entre otras.
Una posición feminista sostendría que el concepto de género debe eliminarse porque siempre es un signo de subordinación. Butler, no obstante, advierte que “el género puede hacerse ambiguo sin trastornar ni reorientar en absoluto la sexualidad normativa”, es decir, que no necesariamente erradicar el género dará por terminada la subordinación de la mujer.
Este conocimiento naturalizado del género “funciona como una circunscripción con derecho preferente y violenta de la realidad”, privando de legitimidad a toda opción diferente de la normativa. “Si hay una tarea normativa positiva en ‘El género en disputa’, es insistir en la extensión de esta legitimidad a los cuerpos que han sido vistos como falsos, irreales e ininteligibles”, nos dice la autora.
Toda esta obra, es una hermosa y valiente apuesta de Butler por trascender las categorías simples de la identidad y dar lugar a la complejidad irreductible de la sexualidad.
Sujetos de sexo/género/deseo
En este capítulo de ‘El género es disputa’, la autora cuestiona, en primer lugar, el hecho
de considerar a las mujeres como sujetos del feminismo.
Para hacerlo, parte de la aceptación generalizada de que existe una identidad común recogida en la categoría de “mujeres”, la cual resulta útil para desarrollar un lenguaje sobre dicha categoría que permita fomentar su visibilidad política. Asimismo, es evidente que en las últimas décadas que no existió consenso sobre qué constituye o debería constituir la categoría de las mujeres. Butler se vale aquí de un señalamiento de Foucault, según el cual “los sistemas jurídicos de poder producen a los sujetos que después llegan a representar”. Así, aunque el contenido de la categoría “mujer” no es claro, la estructura de poder determina a este sujeto, y lo hace con ciertos objetivos legitimadores y excluyentes. El problema surge cuando, en el intento de emancipar a las mujeres del sistema político que las constituye como sujetos subordinados, nos valemos de ese mismo sistema discursivo.
Luego de enunciar esas “ficciones fundacionales que apoyan la noción del sujeto (mujer)”, la autora se plantea la siguiente cuestión: “¿Existe algún elemento que sea común entre las mujeres anterior a su opresión, o bien las mujeres se vinculan únicamente en virtud de su opresión?”. Al parecer, no existe ese pretendido referente, sino que la oposición masculino - femenino es el marco exclusivo que permite reconocer la especificidad de la mujer.
Si bien no es posible escapar del campo de la representación, mediante el cual se nutre la categoría “mujer”, si lo es “crear una genealogía crítica de sus prácticas legitimadoras”, es decir, adoptar una posición reflexiva sobre las categorías de identidad que han sido naturalizadas. Se hace necesario, entonces, no fijar el sujeto, concretamente, el sujeto “mujer”, no darlo por sentado en ningún caso.
Este es el espíritu que recoge la teoría queer. En el caso concreto de las mujeres Butler afirma “El carácter incompleto de la definición de esta categoría (“mujeres”) puede servir, entonces, como un ideal normativo liberado de la fuerza coercitiva”.
Así las cosas, afirma la autora, resulta deseable una nueva política feminista, que considere la construcción variable de la identidad, en tanto requisito metodológico y fin político.

De lo anterior puede concluirse que, “si el género es los significados culturales que asume el cuerpo sexuado, entonces no puede decirse que un género sea resultado de un sexo de manera única”.
La propuesta de Butler es romper con el sistema binario de géneros, el cual mantiene la relación mimética entre género y sexo, asumiendo que el primero está determinado por el segundo. De ese binarismo, se propone inicialmente una visión no esencialista del género, en la cual éste es construido. La construcción del género supone un cogito, un sujeto que se apropia de un género “y en principio podría asumir algún otro”. A esta propuesta, Butler añade otra, acaso más atrevida y controversial: “el sexo, por definición siempre ha sido género”.
Para profundizar en este análisis, Butler expone la posición de Luce Irigaray, según la cual las mujeres constituyen una paradoja dentro del sistema de la identidad. La autora se vale de esta misma referencia en “Cuerpos que importan”, obra en la cual acentúa sus tesis sobre la corporalidad.
Allí, se nos muestra cómo Irigaray utiliza la distinción entre forma y materia propuesta por Platón. El propósito de esta última autora es mostrar que las oposiciones binarias (forma – materia, etc.) se han formulado debido a la exclusión de otros campos de posibilidades, y que dichas oposiciones son parte de una “economía falogocéntrica que produce lo femenino como su exterior constitutivo”.
A partir de su lectura crítica de la historia de la filosofía, Irigaray afirma que para constituirse como tal, esta disciplina (la filosofía) excluyó lo femenino, y se da a la tarea de rastrear en los textos aquello que los mismos se niegan a incluir (lo femenino). Para esta autora, “la mujer no tiene una esencia” justamente porque “la mujer” es lo excluido en el discurso de la metafísica. Toda exclusión, inscribe lo excluido en un espacio que ya no puede tematizarse. Lo excluido es producido por la oposición binaria y no tiene una existencia separable como un exterior absoluto. Lo masculino, en este caso, ocupa los dos lugares del binarismo, y lo femenino se domestica dentro de un falogocentrismo, sobreviviendo como el espacio de inscripción de ese falogocentrismo.

Es el primer capítulo de “El género en disputa”, Butler confronta las posturas de Irigaray y de Beauvoir, autoras que difieren respecto a las estructuras fundamentales por las cuales se reproduce la asimetría entre los géneros. El punto central de la diferencia que aquí se expone radica en que para Beauvoir el sexo femenino está marcado, es la carencia frente a la cual se diferencia la identidad masculina, mientras que para Irigaray, el sexo femenino no es una “carencia” ni un “otro”, sino que elude toda forma de representación, por lo cual no puede estar marcado. A partir de estos dos puntos de vista se construye una problemática del feminismo en torno a la cuestión de género.
El punto débil principal de ambas posiciones es su alcance globalizador, pues se intuye en cada análisis una economía masculinista monolítica que atraviesa todos los contextos sociales posibles, lo cual, sugiere Butler, puede constituirse como un “imperialismo epistemológico”, que debe ser examinado con visión crítica. Toda afirmación universalista excluye, de por sí, otras posibilidades, de manera que una afirmación de este tipo respecto de las mujeres es normativa y excluyente.
Por otra parte, la autora señala que existen intentos de formular políticas de coalición sin dar por sentado un contenido de la categoría “mujeres”.
En este punto, la autora introduce el problema de la identidad, que resulta de especial interés en el análisis de lo que puede ser el género. Lo primero que se menciona aquí es que pensar la “identidad” no es anterior a pensar la “identidad de género”, puesto que “las personas sólo se vuelven inteligibles cuando adquieren un género ajustado a normas reconocibles de inteligibilidad de género”. Algunas de las premisas del concepto de identidad que deben ponerse en duda son la coherencia y la continuidad, dado que éstos no son rasgos analíticos de la calidad de persona sino normas de inteligibilidad socialmente instituidas. La identidad es entonces un efecto de las prácticas discursivas. Para el caso que nos ocupa, la coherencia y continuidad que se espera es en entre sexo, género, práctica sexual y deseo. Sin embargo, como puede deducirse de lo anterior, estos rasgos no son naturales o propios, sino producto de una construcción, de una expectativa. La matriz cultural -nos dice Butler- ha hecho que algunas identidades (como aquellas en las que el género no es consecuencia del sexo) no puedan existir.
LA TEORÍA QUEER  es una hipótesis sobre el género que afirma que la orientación sexual y la identidad sexual o de género de las personas son el resultado de una construcción social y que, por lo tanto, no existen papeles sexuales esenciales o biológicamente inscritos en la naturaleza humana, sino formas socialmente variables de desempeñar uno o varios papeles sexuales. Rechaza la clasificación de los individuos en categorías universales como "homosexual", "heterosexual", "hombre" o "mujer", "Transexualidad" o "travestismo", las cuales considera que están sujetas a restricciones conceptuales propias de la cultura heterosexual, y sostiene que éstas realmente esconden un número enorme de variaciones culturales, ninguna de las cuales sería más fundamental o natural que las otras. Contra el concepto clásico de género, que distinguía lo "heterosexual" socialmente aceptado (en inglés straight) de lo "anómalo" (queer), la teoría queer afirma que todas las identidades sociales son igualmente anómalas.La teoría queer parte de la consideración del género como una construcción y no como un hecho natural y establece ante todo la posibilidad de repensar las identidades desde fuera de los cuadros normativos de una sociedad que entiende el hecho sexual como constitutivo de una separación binaria de los seres humanos; dicha separación estaría fundada en la idea de la complementariedad de la pareja heterosexual. 

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Judith Butler para principiantes

Por Leticia Sabsay

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Butler y su giro copernicano

Ese giro se produce en torno del género y marcó la evolución de las concepciones que se venían teniendo al respecto dentro del feminismo. Cuando en 1990 publica El género en disputa, las ideas se dividían a grandes rasgos entre las que entendían al género como la interpretación cultural del sexo y aquellas que insistían en la inevitabilidad de la diferencia sexual. Ambas presuponían que el “sexo”, entendido como un elemento tributario de una anatomía que no era cuestionada, era algo “natural”, que no dependía de las configuraciones sociohistóricas.
Butler plantea que el “sexo” entendido como la base material o natural del género, como un concepto sociológico o cultural, es el efecto de una concepción que se da dentro de un sistema social ya marcado por la normativa del género. En otras palabras, que la idea del “sexo” como algo natural se ha configurado dentro de la lógica del binarismo del género.

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Judith en el principio de los movimientos queer

Este planteamiento, a partir del cual el sexo y el género son radicalmente desencializados, desestabilizó la categoría de “mujer” o “mujeres”, y obligó a la perspectiva feminista a reconcebir sus supuestos, y entender que “las mujeres”, más que un sujeto colectivo dado por hecho, era un significante político. Al mismo tiempo, esta aguda desencialización del género, la idea de que las normas de género funcionan como un dispositivo productor de subjetividad, sirvió de fundamento teórico y dio argumentos y herramientas a una serie de colectivos, catalogados como minorías sexuales, que también, junto a las mujeres, eran (y continúan siendo) excluidos, segregados, discriminados por esta normativa binaria del género. En este sentido, el giro copernicano de Butler ayudó mucho al impulso y la expansión de los movimientos queer, y también trans e intersex.

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Y el sexo..., ¿dónde está?

La impronta de Michel Foucault, y en particular su trabajo en la Historia de la sexualidad, es evidente. Ahora bien, si en el caso de Foucault el dispositivo de la sexualidad no tiene en cuenta el género, para Butler es esencial. A partir de Butler el género ya no va a ser la expresión de un ser interior o la interpretación de un sexo que estaba ahí, antes del género. Como dice la autora, la estabilidad del género, que es la que vuelve inteligibles a los sujetos en el marco de la heteronormatividad, depende de una alineación entre sexo, género y sexualidad, una alineación ideal que en realidad es cuestionada de forma constante y falla permanentemente.
Es importante insistir en que Butler no quiere decir que el sexo no exista, sino que la idea de un “sexo natural” organizado en base a dos posiciones opuestas y complementarias es un dispositivo mediante el cual el género se ha estabilizado dentro de la matriz heterosexual que caracteriza a nuestras sociedades. Puesto en otros términos, no se trata de que el cuerpo no sea material, no se trata de negar la materia del cuerpo en pos de un constructivismo radical, simplemente se trata de insistir en que no hay acceso directo a esta materialidad del cuerpo si no es a través de un imaginario social: no se puede acceder a la “verdad” o a la “materia” del cuerpo sino a través de los discursos, las prácticas y normas.

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El género como performance

Antes que una performance, el género sería performativo. Esta diferencia entre pensar al género como una performance y pensar en la dimensión preformativa del género no es trivial. Decir que el género es una performance no es del todo incorrecto, si por ello entendemos que el género es, en efecto, una actuación, un hacer, y no un atributo con el que contarían los sujetos aun antes de su “estar actuando”. Sin embargo, en la medida en que este performar o actuar el género no consiste en una actuación aislada, “un acto” que podamos separar y distinguir en su singular ocurrencia, la idea de performance puede resultar equívoca. Hablar de performatividad del género implica que el género es una actuación reiterada y obligatoria en función de unas normas sociales que nos exceden. La actuación que podamos encarnar con respecto al género estará signada siempre por un sistema de recompensas y castigos. La performatividad del género no es un hecho aislado de su contexto social, es una práctica social, una reiteración continuada y constante en la que la normativa de género se negocia. En la performatividad del género, el sujeto no es el dueño de su género, y no realiza simplemente la “performance” que más le satisface, sino que se ve obligado a “actuar” el género en función de una normativa genérica que promueve y legitima o sanciona y excluye. En esta tensión, la actuación del género que una deviene es el efecto de una negociación con esta normativa.

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Poderes y políticas

Hablar de género es hablar de relaciones de poder. Hay que tener muy en cuenta que en esta negociación, el no encarnar el género de forma normativa o ideal supone arriesgar la propia posibilidad de ser aceptable para el otro, y no sólo esto, sino también, incluso, supone arriesgar la posibilidad de ser legible como sujeto pleno, o la posibilidad de ser real a los ojos de los otros, y aun más, supone en muchos casos arriesgar la propia vida. En este sentido, la oportunidad política a la que abren los señalamientos de Butler se debe a que si el género no existe por fuera de esta actuación, y las normas del género tampoco son algo distinto que la propia reiteración y actuación de esas mismas normas, esto quiere decir que ellas están siempre sujetas a la resignificación y a la renegociación, abiertas a la transformación social. Estas normas que son encarnadas por los sujetos pueden reproducirse de tal modo que la normas hegemónicas del género queden intactas. Pero también estas normas viven amenazadas por el hecho de que su repetición implique un tipo de actuación que pervierta, debilite o ponga en cuestión esas mismas normas, subvirtiéndolas y transformándolas. Esta inestabilidad constitutiva de las normas es una oportunidad política.

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La aparición de la homosexualidad

En paralelo con otras autoras que también han revisado el hecho de que las ideas que conlleva el género han sido tributarias de la matriz heterosexual –como por ejemplo Monique Wittig, Adrienne Rich o Gayle Rubin– los planteamientos de Butler apuntan a señalar que los ideales de masculinidad y feminidad han sido configurados como presuntamente heterosexuales. Si desde el esquema freudiano, por ejemplo, se parte de la idea normativa de que la identificación (con un género) se opone y excluye la orientación del deseo (se deseará el género con el cual no nos identificamos) –identificarse como mujer implicaría que el deseo debería orientarse hacia la posición masculina, y viceversa–, Butler planteará que esto no es necesariamente así. (Este es el prejuicio que permite entender el hecho de que históricamente se haya pensado en la idea de que un hombre que desea a otros hombres tenderá a ser necesariamente afeminado, y lo mismo en el caso de las mujeres, que si desean lo femenino, esto deberá asociarse con la identificación con lo masculino)

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La ley del deseo

Desde el punto de vista de Butler, deseo e identificación no tienen por qué ser mutuamente excluyentes. Y aún más, ni siquiera, ni tampoco, éstos tendrían por qué ser necesariamente unívocos. No hay ninguna razón esencial que justifique que una debe identificarse unívoca e inequívocamente con un género completa y totalmente. Asimismo, tampoco habría ninguna necesidad en que una deba orientar su deseo hacia un género u otro. Tal es el caso por ejemplo de la bisexualidad.
En tanto ideales a los que ningún sujeto puede acceder de forma absoluta, masculinidad y feminidad pueden ser –y de hecho son– distribuidos, encarnados, combinados y resignificados de formas contradictorias y complejas en cada sujeto. Y no hay encarnaciones o actuaciones de la feminidad o de la masculinidad que sean más auténticas que otras, ni más “verdaderas” que otras. Lo que habría, en todo caso, son formas de negociación de estos ideales más sedimentados, y por ende naturalizados o legitimados que otros, lo que consecuentemente los vuelve “más respetables” de acuerdo con un imaginario social que continúa siendo primordialmente heterocéntrico.
Leticia Sabsay
Socióloga (UBA) Doctora por la Universidad de Valencia. Sus temas de investigación abordan la articulación de los conceptos de género, subjetividad y ciudadanía en la teoría feminista contemporánea. Participò con Judith Butler en el dictado del Seminario de doctorado “Performatividad, género y teoría social: la revisión de la categoría de sujeto”, que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

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